"La cocaína seguirá siendo dopaje, y la sanción mínima permanecerá en dos años", dijo esta semana en Reykiavik David Howman, director general de la AMA. "Otra cosa es la marihuana, estamos proponiendo flexibilizar bajar la primera sanción a unos meses". Esa flexibilzación debe votarse en dos semanas en Madrid, sede del 15 al 17 de este mes del tercer Congreso Mundial Antidopaje.
El "caso Hingis" llega en un momento en el que el deporte mundial está inmerso en la peor crisis de doping de su historia. Los positivos afectan a todas las disciplinas, y este año especialmente a grandes estrellas, la más reciente la velocista estadounidense Marion Jones. Pero los casos de Jones o el del ciclista Floyd Landis son muy diferentes al de Hingis. Aquellos apuntan al doping sistemático, científico y organizado. El de Hingis, en cambio, revela la soledad y la vida muchas veces vacía en una profesión que la encumbró muy joven y la devuelve a la "normalidad" con una gran cuenta bancaria y sus recuerdos de estrella.
Hingis dice que le "aterroriza" tomar drogas, y su abogado menciona "inconsistencias" en el proceso de control al que la suiza fue sometida este anio en Wimbledon. Pero la historia indica que difícilmente un deportista dice "sí, me dopé" cuando el positivo es revelado. Número uno del mundo con 16 años y seis meses -la más precoz de la historia-, Hingis siempre buscó afecto. En su madre-entrenadora, con la que tuvo una relación muy compleja, pero también en novios sucesivos, la mayoría de ellos deportistas.
Fue así que a sus 17 años mantuvo una intensa relación con el español Julián Alonso, que poco después desaparecería como tenista de primer nivel. En 2000 era la novia del tenista sueco Magnus Norman, que tras alcanzar la final de Roland Garros ese año inició una caída libre en el ranking que lo llevó a retirarse prematuramente en 2004, con 28 años.
El "caso Hingis" llega en un momento en el que el deporte mundial está inmerso en la peor crisis de doping de su historia. Los positivos afectan a todas las disciplinas, y este año especialmente a grandes estrellas, la más reciente la velocista estadounidense Marion Jones. Pero los casos de Jones o el del ciclista Floyd Landis son muy diferentes al de Hingis. Aquellos apuntan al doping sistemático, científico y organizado. El de Hingis, en cambio, revela la soledad y la vida muchas veces vacía en una profesión que la encumbró muy joven y la devuelve a la "normalidad" con una gran cuenta bancaria y sus recuerdos de estrella.
Hingis dice que le "aterroriza" tomar drogas, y su abogado menciona "inconsistencias" en el proceso de control al que la suiza fue sometida este anio en Wimbledon. Pero la historia indica que difícilmente un deportista dice "sí, me dopé" cuando el positivo es revelado. Número uno del mundo con 16 años y seis meses -la más precoz de la historia-, Hingis siempre buscó afecto. En su madre-entrenadora, con la que tuvo una relación muy compleja, pero también en novios sucesivos, la mayoría de ellos deportistas.
Fue así que a sus 17 años mantuvo una intensa relación con el español Julián Alonso, que poco después desaparecería como tenista de primer nivel. En 2000 era la novia del tenista sueco Magnus Norman, que tras alcanzar la final de Roland Garros ese año inició una caída libre en el ranking que lo llevó a retirarse prematuramente en 2004, con 28 años.
Varios romances
También tuvo romances con el golfista español Sergio García, con el fiscal estadounidense Christopher Calkin, al que conoció en Miami durante el juicio a un acosador croata-australiano, Dubravko Rajcevic. La lista incluye al futbolista inglés Sol Campbell y a un empresario deportivo suizo, Stefan Egger. Aunque el hombre definitivo parecía ser el tenista checo Radek Stepanek. Ambos anunciaron su matrimonio, pero a mediados de este año la relación se rompió, noticia que Stepanek anunció en Montreal, un par de semanas después de aquel control antidoping en Wimbledon.
La cocaína, a diferencia de los positivos por otras sustancias, marca el fin de una carrera en el tenis. Ya les sucedió al sueco Mats Wilander y al checo Karel Novacek en 1995. Melanie Molitor, su madre-entrenadora, no debe poder creer el final de la que, en todos los sentidos, es su criatura. Martina se llama Martina como homenaje a Martina Navratilova, y Melanie dejó a su esposo para llevarse a la niña Martina de Eslovaquia hacia Suiza, persiguiendo su sueño de ser la madre de la número uno del mundo.
Lo logró en marzo de 1997, aunque el camino posterior no fue sencillo. Cuatro años más tarde, derrumbada en un pasillo del estadio de Miami, donde Hingis hábía sido derrotada en semifinales por la potencia de la emergente Venus Williams, expresó en un diálogo con dpa toda su frustración. "¿Qué qué pasó? Nada, pregúntele a Martina, ella hace lo que quiere, que decida ella cómo seguir". Minutos después, sin hablarse, madre e hija depositaron sus bolsos deportivos en un coche y abandonaron el torneo.
Una madre posesiva
Martina tenía 21 años y no encontraba cómo liberarse de la sombra de su madre, al tiempo que sentía que la potencia de jugadoras como Lindsay Davenport y las hermanas Williams era demasiado para su juego de talento y precisión. Por eso se retiró en 2002, y sólo gracias a su calidad y ambición volvió exitosamente tres años después.
Hingis tenía una gran necesidad de ser "normal". "Mucha gente tiene miedo de mí, especialmente los muchachos, no les es fácil encontrar las palabras para hablarme", dijo a dpa con tanta sinceridad como sonrisas en marzo de 2000. "Pero al mismo tiempo, si eres chica y exitosa despiertas el doble de atención en los muchachos, eres como más linda. No es del todo justo para las otras". ¿Y esos muchachos tienen que ser necesariamente deportistas, tienen que ser tenistas?
"Lo básico es que son deportistas. La pasé muy bien la mayoría de las veces. Sucede que no es fácil mantener una relación con alguien si estás de gira todo el tiempo". Pero Martina Hingis ya no estará "de gira todo el tiempo", porque comienza una nueva vida con muchas incertidumbres y una certeza: ya no será la número uno. Y nadie le pide que lo sea.